La Vela (1ª parte)
Quieta. Un aliento que se acerca. Quiere alcanzar un suspiro, avivar una llama. Pero cuando la vela está a punto de apagarse es mejor dejarla sola. Cuando la mecha es corta el silbido más sutil puede desvanecer un posible resplandor.
Un suave movimiento. La cera líquida cae y deja espacio a la mecha... consume el tiempo.
Cae la cera sobre los delicados dedos, inertes frente al calor que más tarde clamará al agua de las entrañas.
Quieta. Un resplandor. Fugaz. El pequeño brillo extenúa a su progenitor.
Ella deja de jugar con la vela de la tetería. Él había vuelto. De nuevo los ruidos de los murmullos, unas voces más altas, el chisporroteo de la lluvia. Lo cotidiano, una misma conversación, la cuenta, un taxi.
Un asiento profano, desidioso, caro y de mala calidad. El olor de la podredumbre de la ciudad y la ilusión del deseo muerta en la llama que nunca llegó a ser. Y mientras resuena el tambor de la tormenta, un bombeo bajo el vientre acompaña la orquesta natural con el recuerdo de una pequeña perla de fuego... pequeña, vulnerable, erosiva.
El despertador. Sencillo artefacto con el que destruir el amor por la mañana. Ella lo apaga con un golpe torpe. Después lo acerca, mira la hora, murmura algo entre bostezos, se retuerce por entre las sábanas y se regocija en el calor, plácida, relajada. Piensa en los pequeños placeres de la vida. Silencio. Una voz rompe ese breve instante de calma y ternura cálida para apagar la corta mecha de cada mañana.
Un café, sueño, un cigarrillo a medio terminar junto a la puerta del ascensor. Ojos de vidrio. Saludos a los vecinos en los que la nota más clara es un murmullo monosilábico. El sonido del ascensor. Su motor, sus frenos, el roce áspero de la gabardina con el bolso. Frío en los tobillos desnudos. Un frío que recorre las piernas que no han querido ir descubiertas en una media, aprisionadas en unos tacones, calambres.
...........................................................................E. Böhm.
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