Separados. Vivimos separados. Envueltos por nuestra burbuja de inseguridades y miedos. Ajenos. Ocultos. Temerosos. Mudos. Ciegos. Sordos. Solitarios.
Pataleando por contactar con otro, por pertenecer, por permanecer. Solitarios, angustiados, seguidores de otros, ídolos de rebaños descarriados. Polvo que trata de permanecer. Maleables, incomunicados.
¿Cuál fue la verdadera torre de babel?
¿Dónde está el verdadero infierno?
Sordos a las emociones, ciegos a los sentimientos. Ajenos. Frustrados
por acontecimientos que consideramos injustos. Y si realmente existiera esa justicia que propugnamos, ¿realmente tendríamos aquello que creemos merecer?
Y lo que es más inquietante... ¿seríamos felices al tener aquello que ansiamos con tanto ahínco? O se trata de otro engaño de la mente. Otra jugarreta de los suburbios de nuestro cerebro, donde realmente se cuece todo, donde se pergeña nuestra soledad, nuestro vacío.
Y qué es el vacío sino un lleno completo. La insatisfacción constante. Esa pulsión que consume nuestra existencia. Se lleva todo aquello que nos hace respirar y nos decolora. Arrastra la sustancia de aquello que somos.
Si la vida fuese una vela, todos querríamos ser cirios. Sin embargo, nacemos como velas endebles. Y qué hacer con las velas torcidas. Y qué pensar de uno mismo si nos sentimos como una de esas velas que se consumen descompensadas.
Quizá pensar en la belleza de lo irregular. Esa vela torcida de la que caen enormes chorretes que dibujan una nueva forma. La belleza del defecto. Como la semilla que germina en la roca y de la que surge un árbol que diseña su tronco en las circunstancias... torcido, extraño, nudoso... y a su vez: bello. Un superviviente, un grito del Universo que clama: yo ESTOY aquí y así he de vivir. Un tronco que se nutre de la sal y la roca y transforma lo yermo en vida: ALQUIMIA. Porque el viento le hace llegar el polen y las olas algas que alimentan su inanición. Y crece en la desesperanza, como una torre prohibida. Una torre del placer por sobrevivir. Y su fortaleza es tal que poco a poco quiebra la roca que le sostiene. Y como la tierra que le cubre es yerma, hunde sus raíces más allá, en las mismas entrañas de la tierra.
Y en el corazón encuentra el consuelo del pasado. Y ese pasado le da fuerzas y hace surgir un roble en el mar. Y esta, es la historia del roble en el mar. Aún así, no hay que olvidar a sus hermanos, semillas que murieron ahogadas. Él sobrevivió, sólo él se adaptó, sólo... él.
Así, surge otra pregunta: ¿qué es la fortaleza? ¿Encontrar el entorno en el que desarrollar el ideal o mutar y transgredir las leyes para erigirse como héroe de lo extraño y sobrevivir?
E. B.
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