Su mirada se posó sobre un viejo tocadiscos. Era de esos con plato y cassete de los años 70.
Miró con nostalgia el aparato y recordó uno similar de su infancia. Se trasladó a sus seis años, cuando su padre colocaba con mimo los vinilos y ella esperaba ansiosa. Ella quería utilizar aquel carísimo aparato del que se despegaban las notas que llenaban su mente, pero no le dejaban. Aprovechaba para ponerlo cuando estaba sola, en esas rarísimas ocasiones que le permitían una deliciosa acción prohibida. Ahora recordaba ese momento con nostalgia. Enchufó el aparato sin pedir permiso, era ya adulta, pero la sensación clandestina aún estaba impresa en su mente y le divirtió.
Movió la rueda de la radio, pero estaba rota. Comenzó a pasar unos viejos y cuidados vinilos. Edith Piaf. Sí, ese era el que quería escuchar. Su romanticismo por lo antiguo había elegido. Buscó en la contraportada tratando de reconocer algún título. Puso con mimo el disco en el plato. Dejó que la aguja se posara suavemente con la palanca. La música invadió la buhardilla. Se sentó en un antiguo e impoluto sofá rococó, otra vieja reliquia de una herencia demasiado rica para ser desechada, pero demasiado fuera de lugar como para incorporarla al hogar moderno de sus dueños. Ella estaba de visita, un fin de semana en el que vagaba por la casa de veraneo escrutando con la mirada aquellos detalles que pertenecían al recuerdo de sus anfitriones y, de alguna manera, al suyo propio.
No reconocía la canción, ni la entendía y, sin embargo, la magia de la música la trasladó a un París de la posguerra, a un bar con humo y luz tenue en el que perfectos desconocidos armonizaban al ver a esa pequeña mujer que inundaba sus almas con su voz. Otro tiempo en el que otros ritmos, más lentos, llevaban las vidas de sus protagonistas. Y recordó otros tiempos, en su infancia, en su juventud, cuando su padre compraba un disco nuevo y los dos lo escuchaban. Recordó cuando, un poco más mayor, ponía los discos que su padre le había mostrado y los escuchaba una y otra vez. Gastados y eternos. Disfrutados. Muy amados.
No reconoció la canción siguiente, lo que le hizo prestar aún más atención. Sintió en lo más profundo de su pecho la vibración de la voz que salía de esos altavoces viejos, escuchando esa música como se debió escuchar en su época.
Se levantó despacio y ojeó las montañas de libros apiladas en una interminable estantería.
Un clic le anunció el final de la cara A del disco. El silencio le devolvió a la realidad demasiado pronto . La magia se desvaneció como una burbuja de jabón. No podía permitirlo, tenía que continuar en esa película mental. Se acercó al tocadiscos y con cuidado le dio la vuelta y lo puso a funcionar.
Volvió a las estanterías. Libros contemporáneos junto a viejas obras, colecciones desordenadas, revistas de hacía 20 años, los tebeos que la hacían reír. Sonrió al pensar que aquellos viejos trastos de otros eran los suyos propios, conservados y mezclados en un desorden que era su justo sitio.
Paseo sus dedos por unos coleccionables del periódico debidamente encuadernados. El olor a polvo le hizo sonreír. Cogió un tomo de Protagonsitas de 1980, el año en que nació. Quería descubrir los rostros de aquellos fueron la crème de la crème cuando ella dormía, reía, cagaba y chupaba teta. Reconoció algunos nombres y descubrió partes de sus vidas en pequeñas lecturas rápidas, mientras pasaba las hojas con parsimonia: nombres de empresarios, artistas, políticos, deportistas, personajes públicos, algunos aún conocidos hoy, otros perdidos de la memoria presente.
La música componía la banda sonora de un documental que veía en su imaginación, haciéndole sentir lo efímero de la vida. Se detuvo en Tito y pensó: “Ay, Tito, si supieras en qué acabó convirtiéndose tu Yugoslavia”. Leyó con avidez el contenido de Wilhelm Reich, un personaje que reconoció y del que sabía algo. Se proyectó al futuro y pensó en todas aquellas cosas de su presente que acabarían en una buhardilla o en un trastero. En el paso del tiempo. Se elevó y se vio muy pequeña acompañada de Edith, sentada en el sofá rodeada de objetos disonantes entre sí, pero en su justo lugar. Se elevó aún más y vio la casa y las casas junto a ella. Su país rodeado de mar. Su mundo tan pequeño en el universo y dio gracias por vivir, por muy pequeña e insignificante que fuera su vida.
................................................................E.Böhm.
Cuán bella es la vida.
ResponderEliminarTan bella y abrumadora como insignificante.
Así,¿cómo podemos no ser contradictorios?