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mundo interior, desguace creativo, el cajón en la pizarra, taller de sentimentalismos, flores de piel descarnadas y una sonrisa

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lunes, 19 de mayo de 2014

Entrevista a Elena Böhm, ganadora del I Premio de Microrrelato Postal 2013

Leer El ombligo del mundo

Publicado por Elena en 9:41 No hay comentarios:

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Recuerdo...

Me desperté con una extraña sensación de vacío. Un hueco lleno en el estómago, no podía comer. Me llamaste y no sé por qué temía aquella llamada. Ayer me dijiste que me querías. Hoy no eras tú quien hablaba, estabas muy lejos… Fui a donde habíamos quedado, pero no estabas…

Te marchaste sin decir adiós. Cuando llegué… nada. Podía llamarte pero no respondías, no eras más tú, porque cuando te miraba veía que estabas muy lejos, más allá de lo que podía alcanzar. Te intenté abrazar, pero ni siquiera me escuchabas. Pero un abrazo en donde los corazones distan tanto no quema como la brasa sino como el hielo.

Te has marchado a ese mundo sin decir adiós, y en la distancia de esa despedida te dejo un recuerdo para que vuelvas: Te amo.

Miro a través de la ventana: no ha salido el sol. Otro día sin sol, ayer porque tú te fuiste, hoy porque yo no estoy. Me escondo dentro como un caracol si no hay vida fuera con que vivir.

Respiro desde muy dentro. Es curioso que los sentimientos se contagien, yo pensaba que solo las enfermedades lo hacían. Ahora no sé si pensar que eso no es cierto, o que esto debe de ser uno de esos virus que las medicinas no pueden curar, sino que las cura uno solo refugiado entre caldos calientes y leche con miel. Creo que probaré con la miel.

Dicen que la miel es dulce y que es buena para todo. Nunca pensé que me supiera amarga.

Es domingo. Contigo los domingos dejaron de ser un recuerdo triste tras la ventana. Ahora vuelvo a quedarme en casa. Espero que alguien llame…es domingo. Vivo mi resaca en soledad, antes ninguna de las dos eran necesarias. Tú decías que conmigo los domingos eran un día más del fin de semana y no el final del fin de semana, me decías que conmigo te divertías los domingos. Dime: ¿te diviertes?

Hoy es lunes y aunque llueva debo salir. El día gris parece que me quiere imitar: gris.

Espero el autobús, espero el metro, espero.

Cuando llego a casa siento que no ha pasado un día, no siento. Antes solía llamarte y te gustaba. Tardábamos en quedar casi una hora diciendo todo aquello que… que más da. ¿Te acuerdas?

Te veía en medio de la noche: "Tendría que estar dormida que mañana me despierto temprano", te decía yo. Tú te reías. Ahora es más tarde que entonces y no puedo dormir, la noche pasa contando las horas en el reloj de pared.

Al verte me abrazabas con fuerza, hacía frío, y tú y yo abrazados en medio de una noche absurda sin gente y con las familias en sus casas frente al televisor. Es curioso pero entonces no tenía frío, y ahora en mi cama bajo mi edredón tengo un frío seco que enjuga mis lágrimas.

Hoy ha salido el sol después de una semana. Hace frío, tengo frío. Me pongo al sol, algo empieza a salir. Me encuentro con una amiga. Hoy ha salido el sol.

Tomamos un café, me habla, trato de escucharla. Me pregunta que es de mi vida y yo no sé que responder: "Bien". La respuesta se suspende en la nada. Antes no me preguntaban, mis ojos hablaban. Una conversación que cruza ante mis ojos sin detenerse, demasiado rápidas ellas, demasiado lenta yo. Palabras que se escapan y en el intento de alcanzarlas ni siquiera las escucho. Y tras ese intento de seguir la conversación convertida en monólogo me siento aún más confusa cuando concluye la persecución literaria.

Me voy a casa. Miles de caras que regresan a su techo, como yo.

Desde la parada del autobús veo caras con muestras de fatiga, caras de fin de jornada, pálidas como el invierno que las condena, a algunas simplemente al frío, a otras a estornudar.

Unos leen, el viaje es una oportunidad para olvidar en un mundo de tinta y papel; otros, como yo, viven en la música que determina nuestra película, nuestro olvido musical es un viaje donde pensar. El día se pierde al otro lado del cristal, se esconde entre las gasas violeta de la lejanía.

Es de noche cuando llego a casa. No es tarde pero ya es invierno y la oscuridad encuentra el protagonismo perdido. Busco la luna, no está, se ha escondido, no quiere hablar.

Está nevando, es curioso como el frío y la lluvia unidos pueden resultar hermosos. Voy al parque a pasear. Siento el frío en mi nariz. Un niño recogido en lana resbala y cae al suelo, extrañado siente el colchón mojado tras su caída. No se ha hecho daño, se ríe. Me mira confuso y vuelve a reír. Le sonrío.

Vuelvo a casa, hace calor. El calor se hace mi compañero, no estoy sola. Me preparo una sopa. Es curioso, dicen que la sopa es salada, nunca pensé que pudiera ser dulce.

El cielo vuelve a su segundo plano, otra vez ella tan negra, protagonista de su película. La luna se ha asomado para darme las buenas noches: "Buenas noches Luna".

Subo la persiana, la luz ilumina mi cuarto, al principio me deslumbra, así que corro a mi almohada y escondo la cabeza. Poco a poco voy abriendo de nuevo los ojos. Me acostumbro a su intensidad, nos llegamos a acostumbrar a todo, hasta a la oscuridad de la noche. El despertar del sueño al que nos hemos sumido, parece un proceso extraño, un renacer y me es difícil adecuar mis ojos a la luz, han de tomarse su tiempo para entender que ahora les sucede un día lleno de luminosidad y calor, parece como si hoy se hubieran dado cuenta de que el invierno ha terminado, de que el año ha muerto para volver a nacer, como la noche, como el sueño…renacer.

El pelo ya me llega al hombro. Cuando te fuiste apenas pasaba unos centímetros de la nuca. Estoy distinta, quizá una mirada serena, quizá una sonrisa más calma, quizá un rostro más tranquilo, o un rostro más solo que espera.

Ahora los días son más largos que las noches, pero aún así, las noches llegan. Hoy te he visto. No eras el mismo de ayer; más solo, más nuevo. No tan lejos, pero tampoco cerca, con esa distancia del encuentro de la estación nueva. En tu rostro la mirada del recuerdo, en el mío la mirada de los meses de espera, soledad y reflexión. Y al fijar mi mirada en esos ojos que un día fueron míos, en esa expresión que fue el reflejo de mi amor, preguntas de rigor: "¿Qué tal estás? ¿Cómo te va?". Y una misma respuesta: "Bien, siempre bien".

El tiempo, qué poco tenemos para nosotros y qué largo se hace cuando no hay nadie. Pasan cosas, estamos abiertos a lo que ocurra. Visita obligada que nos pone ante el reto final, el reencuentro de miradas que en un tiempo estuvieron unidas, ahora una y otra, dos entidades independientes, dos.

Rodeada de verde y de primavera, el sol me da calor, no necesito mi jersey de lana. Siento una brisa fresca y suave sobre mi cara y sobre mis brazos, tan blancos, tan pálidos por el invierno. Alrededor de mí mis amigos hablan y se divierten. Hoy no hemos vuelto a casa con la costumbre rutinaria impuesta por la búsqueda de calor, porque él ha venido desde el recogimiento de las calderas al sol, un sol que es un radiador en los parques que ahora se vuelven a llenar de vida. Ellos siguen con sus risas y entre ellas yo me elevo a algo más profundo dentro de mí. Esa sonrisa interior que casi había olvidado regresa sola a mis labios, y mis ojos toman el brillo de ese radiador de luz, y mi piel calienta el color perdido. Siento llegar la sangre a mis labios, siento en mis manos vibrar una llama.

Me levanto y empiezo a caminar. La fuerza oculta en mí deja su frío escondrijo. Mis pies se deshacen de la armadura de hielo que les hacía crujir y avanzan con decisión, con una marcha firme que se hace más fuerte a cada paso, toma el poder de la tierra…: me arraigo.

Y al mismo tiempo ella entra en mí, siempre ha estado allí, bajo mis pies, ignorada por un frío que no me permitió sentirla. Recibo su calor, latidos que fluyen en ella. Ahora veo el sendero, siempre estuvo ahí, fueron las lágrimas y la tristeza un cristal opaco de ceguera, y ahora camino adelante, siempre adelante. Detrás… detrás quedan los recuerdos, como una guía que me ayuda a seguir; detrás… detrás quedan los meses de espera, soledad y tristeza; detrás… detrás quedas tú.

elena böhm, noviembre 1999

La Perla (cuento taoista)

Érase una vez tres pescadores que conversaban en el puerto al amanecer, mientras limpiaban sus redes.

- Una perla - dijo Homur el distraído - es una lágrima lunar que el mar destinó a la ostra por piedad.

- No, es el producto de una noche de amor entre el sol y la luna – dijo Himar el poeta.
- La mejor joya la hace el cuerpo con su propio dolor – comentó Yoram.
- Shiraz escribió que la perla es una gota de lluvia que temerosa de la sal llama a la concha para que la salve de la disolución – dijo Homur.
- No. La perla nace de un rayo de luz de una estrella que se esconde en el océano porque prefiere la profundidad a la altura - insistió Himar.
- La mejor joya la hace el cuerpo con su propio dolor, amigos – reiteró Yoram.
- ¿Pero… qué quieres decir con eso del propio dolor? – preguntaron ellos.
- Homur, si yo te ofendiera y mis palabras en vez de desgarrarte el ánimo lo volvieran más luminoso y espléndido, entonces serías una perla. Himar, si un pescador te vendiese un pescado en mal estado y estuvieses a punto de morir por comerlo y aún así no maldijeses a quien te lo vendió ni criticaras al mar, entonces serías una perla. Es muy fácil hablar de estrellas, lluvia y astros, que a su modo ya son perlas. Lo difícil es hacer del grano de la incómoda arena una perla que ilumine la irritación. Lo difícil no es la música, sino el afinado del instrumento que la revela.

Elena Böhm. Tema Sencillo. Imágenes del tema: merrymoonmary. Con la tecnología de Blogger.